Si vieras mi cara como una catarata de
recuerdos ansiosos. Si mis deseos ya no se fueran con vos. Si mi amor fuera
como el tuyo, como ese cuerpo incendiado en el penal, ahogado por los colchones
en llamas. Si tus luces fueran los imanes de mis luces. Si la mortaja de mis
noches ya no estuviera tejida de rituales espesos. Si la crucifixión de la
impostura fuera hecha de tus clavos. Si tu boca no fuera tan esa boca. Si mis
cruces fueran los imanes de tus luces. Si el acontecer del tiempo por fin se
sometiera a nuestras tensiones percepciones. Si nos anudáramos cinco minutos
más, si nos miráramos cinco minutos más. Si esa claridad masticable ya no
naciera de mi necesidad. Si tanta magia ocurrió, otra tanta nos llevara al
mañana. Y el espejo, lejos.
Aislado tres días, tres días fuera de toda
concepción, tres días con el pulso en el mundo y mis vuelos al ras de una
sensibilidad inaccesible, arenosa. Se va desmoronando a medida que mi aliento
la sobrevuela y es cuando vuelve a tomar una forma novedosa. Entra a los
estados como un guante, adecuándose integralmente aun llevando a la superficie
esa delgada incomodidad que dibujaba la escena del tipito distinguido en un
concierto de vulgaridad. Hay lugares donde la belleza resulta tan ridícula, que
necesitas mutarte alrededor del todo para transformar el instante. Y los castillos se reconstruían cada vez que
la Lucia hacia bailar las zapatillas con las piernas cruzadas. Adoraba esa cara
al cielo y el reflejo de los anteojos en el cielorraso, me hacia abandonar
tajantemente la búsqueda de significado de las cosas.
Jamás pude ver cuando empezaste a tener miedo
de entrar a mi casa. Jamás medí los hechos en variables de vulnerabilidad pero
supe hacerla un buen argumento. Todavía siento los rastros de aquellas noches
de Caín y Abel, noches en que a la dualidad le crecen los colmillos y te
identificas tan intensamente con tu pasado. Pero estas cosas pasan cada mucho
tiempo, eso de que un mundo nuevo crezca geométricamente sobre las ruinas de
otro semidestruido y decadente, ridículamente bíblico. Quien se animaría a
soportar temblores semejantes. Jamás pude ver cuando empezaste a tener miedo de
entrar en mi casa. Se que al abdicar se ciñen otro tipo de coronas, de las que
aprietan donde las revoluciones parten. Se que pensarías que es triste pero
cuando siento que nada puede quebrar la monotonía, tus latidos me salvan,
aquellos que destellan al borde de la mesa verde. Hay algo de ese momento que
ha hecho una impresión genética en mi campo visual, y para esquivar el frío
bisturí de tu silencio tuve que volverme el silencio mismo. Jamás pude ver
cuando empezaste a tener miedo de esta casa.
Noche de dominante en superchería, puedo
acomodarme en lo elástico de esta noche. Ir estirando, forzando la piel de
látex, someterla a una presión tal que no hay posibilidad de no ver lo que hay
del otro lado. Ese mismo, es el efecto que me producía el mirarte. Se que sos
la excusa perfecta para manipular mi pasado hasta volverse a mi favor. Jamás
olvide cuando me habías dicho que el día que leas de mi algo feliz vos también
lo ibas a estar, y capaz que haya charcos que necesite empezar a saltar. Me
mirabas en el colectivo y decías que no sabias porque me besabas, que no eras
así. Yo nervioso, no podía pensar, mis pensamientos suelen ser algo a lo que
recurro cuando percibo el reflujo de mi propia residualidad. Jamás entendí nada
en realidad y la presencia de magia es inversamente proporcional al porcentaje
de lógica con que cargo el tiempo. Hacia calor ese día, las verduras en la bolsa
de mercado acompasaban nuestro poderoso vaivén. Hacia tiempo que sabia que me
ibas a asustar, pero no con ese caudal perturbador de claridad, esa que ahí
bailando un bolero mecánico me definía como una pequeña lejanía de la realidad,
como el primer bostezo de la mañana, ese de despertar, como la abstracción de
tu cara resaltada en el reflejo de la ventanilla. Caí en recordar, días antes
de conocerte, a Elvira. Bajo la misma ventanilla le confesé que ya sabia que me
ibas a asustar. Luego me recordé diciéndote de lo feo de las palmeras en la
circunvalación, algo sobre el viento la tierra y la humedad, me diste la mano y
las ventanillas se tornasolaron todas, y así por un segundo percibí el susto.
Tus pecas y esa claridad expandible y tu nariz apuntando siempre hacia lo puro.
Fue ahí cuando comencé a despellejarme de ese microcosmos identificado con el
antagonismo, abriéndome hacia esa luz que me reflejaría una imagen sarcástica e
incomprensible. Todavía no podía admitir lo bello de saber que ante un movimiento
superior a nosotros las certezas transmutan. Ay cuando no ves las certezas.
Entramos en la cocina, atravesamos un vaho
húmedo, un residual aromático intenso en los azulejos de esquinas grasosas. Por
un segundo me dio como una sensación familiar, a mi, uno en eterno desarraigo, habrase visto.
Disipándose como el humo esa adrenalina por los mares. Las cosas se sentían más
reales con las chauchas sobre el mesón. Te cocine austeramente, con la palma
límpida y olor a ajo, igual que vos. La sartén sostenía cautiva esa austeridad
de tres colores en pleno aroma, como el de un recién conocido que ya se conoce.
Me reía porque los ojos se te iban poniendo color romero y no te dabas cuenta
porque leías aquella revista mientras comías pan. Y otra vez las zapatillas bailaban
en la punta de tus dedos y lentamente me iba dando cuenta que jamás seré poeta,
soy un instrumento de esa poesía. Y la magia ni siquiera éramos nosotros, era
eso que se quemaba la esencia en un motor omnisciente, ese que nos reía, que
nos acomodaba las respuestas mientras vos y yo nos reíamos por el buen vino.
Ese mismo vino que nos caminaba por la calle, y siempre me preguntabas cuantas
cuadras faltaban, como si dudabas de llegar. Y me cago en lo simbólico y en la
belleza de aquellas respuestas que llegan a tiempo, porque llegan cuando deben
llegar sin importar lo circunstancial. Vos ya sabias que no se puede apurar lo
que no se conoce.
No te imaginas las caras de todos, la de
ella, esa cara consciente de haberse abandonado al instante. No es por vos, le
pensé, es una disociación que me atacó, como que no iba a ser, que no cerraba,
algo así. Al mirarla a los ojos comenzó a derramarse ante mí el futuro que a
ella se adhería. Puras ramas en el eje, construcción, resistencia, negociación,
pasión, lucha y lucha hasta la abdicación; como quien lucha con el sindestino
entre ceja y ceja. Niñerías que me besan desde la construcción de la
incertidumbre. Me he dormido escribiendo, te pedía perdón por la bobera
maravillosa de despertar, y tengo tres mil quinientas imágenes caóticas, y
tengo que matar a alguien.
- ¿Matar a alguien?
- Sí.
- ¿A mí?
Continuará...
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