viernes, 2 de diciembre de 2016

Matar a Lucía - LUIS PALACIOS - Valentín Alsina

Si vieras mi cara como una catarata de recuerdos ansiosos. Si mis deseos ya no se fueran con vos. Si mi amor fuera como el tuyo, como ese cuerpo incendiado en el penal, ahogado por los colchones en llamas. Si tus luces fueran los imanes de mis luces. Si la mortaja de mis noches ya no estuviera tejida de rituales espesos. Si la crucifixión de la impostura fuera hecha de tus clavos. Si tu boca no fuera tan esa boca. Si mis cruces fueran los imanes de tus luces. Si el acontecer del tiempo por fin se sometiera a nuestras tensiones percepciones. Si nos anudáramos cinco minutos más, si nos miráramos cinco minutos más. Si esa claridad masticable ya no naciera de mi necesidad. Si tanta magia ocurrió, otra tanta nos llevara al mañana. Y el espejo, lejos.
Aislado tres días, tres días fuera de toda concepción, tres días con el pulso en el mundo y mis vuelos al ras de una sensibilidad inaccesible, arenosa. Se va desmoronando a medida que mi aliento la sobrevuela y es cuando vuelve a tomar una forma novedosa. Entra a los estados como un guante, adecuándose integralmente aun llevando a la superficie esa delgada incomodidad que dibujaba la escena del tipito distinguido en un concierto de vulgaridad. Hay lugares donde la belleza resulta tan ridícula, que necesitas mutarte alrededor del todo para transformar el instante.  Y los castillos se reconstruían cada vez que la Lucia hacia bailar las zapatillas con las piernas cruzadas. Adoraba esa cara al cielo y el reflejo de los anteojos en el cielorraso, me hacia abandonar tajantemente la búsqueda de significado de las cosas.
Jamás pude ver cuando empezaste a tener miedo de entrar a mi casa. Jamás medí los hechos en variables de vulnerabilidad pero supe hacerla un buen argumento. Todavía siento los rastros de aquellas noches de Caín y Abel, noches en que a la dualidad le crecen los colmillos y te identificas tan intensamente con tu pasado. Pero estas cosas pasan cada mucho tiempo, eso de que un mundo nuevo crezca geométricamente sobre las ruinas de otro semidestruido y decadente, ridículamente bíblico. Quien se animaría a soportar temblores semejantes. Jamás pude ver cuando empezaste a tener miedo de entrar en mi casa. Se que al abdicar se ciñen otro tipo de coronas, de las que aprietan donde las revoluciones parten. Se que pensarías que es triste pero cuando siento que nada puede quebrar la monotonía, tus latidos me salvan, aquellos que destellan al borde de la mesa verde. Hay algo de ese momento que ha hecho una impresión genética en mi campo visual, y para esquivar el frío bisturí de tu silencio tuve que volverme el silencio mismo. Jamás pude ver cuando empezaste a tener miedo de esta casa.
Noche de dominante en superchería, puedo acomodarme en lo elástico de esta noche. Ir estirando, forzando la piel de látex, someterla a una presión tal que no hay posibilidad de no ver lo que hay del otro lado. Ese mismo, es el efecto que me producía el mirarte. Se que sos la excusa perfecta para manipular mi pasado hasta volverse a mi favor. Jamás olvide cuando me habías dicho que el día que leas de mi algo feliz vos también lo ibas a estar, y capaz que haya charcos que necesite empezar a saltar. Me mirabas en el colectivo y decías que no sabias porque me besabas, que no eras así. Yo nervioso, no podía pensar, mis pensamientos suelen ser algo a lo que recurro cuando percibo el reflujo de mi propia residualidad. Jamás entendí nada en realidad y la presencia de magia es inversamente proporcional al porcentaje de lógica con que cargo el tiempo. Hacia calor ese día, las verduras en la bolsa de mercado acompasaban nuestro poderoso vaivén. Hacia tiempo que sabia que me ibas a asustar, pero no con ese caudal perturbador de claridad, esa que ahí bailando un bolero mecánico me definía como una pequeña lejanía de la realidad, como el primer bostezo de la mañana, ese de despertar, como la abstracción de tu cara resaltada en el reflejo de la ventanilla. Caí en recordar, días antes de conocerte, a Elvira. Bajo la misma ventanilla le confesé que ya sabia que me ibas a asustar. Luego me recordé diciéndote de lo feo de las palmeras en la circunvalación, algo sobre el viento la tierra y la humedad, me diste la mano y las ventanillas se tornasolaron todas, y así por un segundo percibí el susto. Tus pecas y esa claridad expandible y tu nariz apuntando siempre hacia lo puro. Fue ahí cuando comencé a despellejarme de ese microcosmos identificado con el antagonismo, abriéndome hacia esa luz que me reflejaría una imagen sarcástica e incomprensible. Todavía no podía admitir lo bello de saber que ante un movimiento superior a nosotros las certezas transmutan. Ay cuando no ves las certezas.
Entramos en la cocina, atravesamos un vaho húmedo, un residual aromático intenso en los azulejos de esquinas grasosas. Por un segundo me dio como una sensación familiar, a mi,  uno en eterno desarraigo, habrase visto. Disipándose como el humo esa adrenalina por los mares. Las cosas se sentían más reales con las chauchas sobre el mesón. Te cocine austeramente, con la palma límpida y olor a ajo, igual que vos. La sartén sostenía cautiva esa austeridad de tres colores en pleno aroma, como el de un recién conocido que ya se conoce. Me reía porque los ojos se te iban poniendo color romero y no te dabas cuenta porque leías aquella revista mientras comías pan. Y otra vez las zapatillas bailaban en la punta de tus dedos y lentamente me iba dando cuenta que jamás seré poeta, soy un instrumento de esa poesía. Y la magia ni siquiera éramos nosotros, era eso que se quemaba la esencia en un motor omnisciente, ese que nos reía, que nos acomodaba las respuestas mientras vos y yo nos reíamos por el buen vino. Ese mismo vino que nos caminaba por la calle, y siempre me preguntabas cuantas cuadras faltaban, como si dudabas de llegar. Y me cago en lo simbólico y en la belleza de aquellas respuestas que llegan a tiempo, porque llegan cuando deben llegar sin importar lo circunstancial. Vos ya sabias que no se puede apurar lo que no se conoce.
No te imaginas las caras de todos, la de ella, esa cara consciente de haberse abandonado al instante. No es por vos, le pensé, es una disociación que me atacó, como que no iba a ser, que no cerraba, algo así. Al mirarla a los ojos comenzó a derramarse ante mí el futuro que a ella se adhería. Puras ramas en el eje, construcción, resistencia, negociación, pasión, lucha y lucha hasta la abdicación; como quien lucha con el sindestino entre ceja y ceja. Niñerías que me besan desde la construcción de la incertidumbre. Me he dormido escribiendo, te pedía perdón por la bobera maravillosa de despertar, y tengo tres mil quinientas imágenes caóticas, y tengo que matar a alguien.

- ¿Matar a alguien?
- Sí.
- ¿A mí?

Continuará...

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