No sé. Te juro que no sé cómo, pero no me acordaba
de nada. Era como que venía todo bien, la vuelta del trabajo en el colectivo, el
chofer con bigotes. Hasta me acuerdo que el bondi estaba más o menos vacío
porque había podido escaparme temprano del laburo. Había terminado todo, el
escritorio acomodado, y ya no sabía qué hacer. Me tomé unos mates y la miraba a
Marisa con cara de pollo mojado y me dijo sí, está bien, andate que no te
soporto más con esa cara de tarado. Así que viajé re cómodo en el bondi por eso.
Me acordaba de todo. Me había sentado al lado de una mina con pollera amarilla,
tipo mini. Me acuerdo porque al verla la asocié con la canción. ¡No te digo que
me acordaba absolutamente de todo, con detalles! Esa noche había cenado pollo
al horno, con papas. Les pongo muzzarella y romero arriba cuando ya casi están,
y después les doy cinco minutos más de horno para que se derrita. Me había
acostado temprano, ni vino había tomado. En realidad, me había ido a leer a la
cama y me dio sueño. Puse el despertador, dejé el libro en la mesa de luz,
apagué, y listo. Hasta ahí, todo joya.
La cosa es que me levanté al otro día y cuando me
quise poner las medias, ya estaba así, sin la mano izquierda. Imaginate, me
agarró un ataque. Salí corriendo por la habitación, pero claro, no es como una
araña que uno corre y se aleja. Cuando te falta una mano por más que corras, va
con vos, entonces seguía gritando como un pelotudo por toda la casa. Un grito
entre espanto, susto y sorpresa. Lo raro era que no me dolía. Me acuerdo que me
agarré el muñón y estaba así, como ahora, redondito, como cicatrizado, pero yo
me acordaba que el día anterior tenía la mano, que había subido al colectivo
con las dos manos, que miré a la mina de pollera amarilla, que el pollo al
horno lo preparé con las dos manos. Me acordaba de todo. Y estaba seguro que en
todo momento tenía las dos manos.
Te
juro que traté todo, pero to-do, y nada. Era como que venía todo bien, me
acordaba de todo, y pum, me desperté así. Como que me faltaba un capítulo. De esto
que te digo, habrán pasado no sé, dos meses ponele, tres capaz, y me tuve que
acostumbrar a vivir sin una mano. Costó, pero no me quedó otra.
La
cosa siguió. Hace, dos semanas habrá sido, me estaba por tomar un té. Yo tomo
té en hebras, queda muchísimo mejor, nada que ver el sabor. Aparte, le podés
poner lo que quieras, cáscaras de naranja, lo que sea. Aquella vuelta lo hice
de jengibre, cardamomo y lemongrass. Queda de puta madre. Bueno, cuando voy a
agarrar la taza, me vi que en el índice tenía dos lunares nuevos, como una
mordida de Drácula, así juntitos. Éstos de acá, mirá, ¿ves? Primero me los
froté fuerte, pensé que era mugre o unas miguitas. Y no sé bien por qué, esas
cosas que tiene el bocho que no se explican, pero me puse a pensar en todo lo
que había llegado a mi vida así, de una manera como inesperada, como los
lunares, ¿me entendés? Todas esas cosas que habían llegado por sorpresa y se
habían quedado para siempre en mi vida. Entonces busqué papel y una birome en
la mesita del teléfono y me puse a hacer una lista.
Lo
de la lista me lo recomendó la psicóloga, es un hábito que me quedó, como un
ejercicio para calmar los ataques de pánico. Desde esa mañana que te conté, la
que descubrí que me faltaba la mano, todas las noches tenía pesadillas. Soñaba
que me faltaban distintas partes del cuerpo. Capaz un día soñaba que me
despertaba y me faltaba el pie izquierdo, pero durante el mismo sueño capaz me
volvía a dormir y cuando me despertaba tenía el pie izquierdo pero me faltaba
una oreja. Cosas así, siempre me faltaba algo distinto. Me despertaba cagado en
las patas, en mitad de la noche, sudando frío, empapado y con taquicardia, y me
empezaba a revisar para ver si no me faltaba nada nuevo.
Bueno,
la cosa es que me puse a hacer la lista. Lunares, el embarazo de Silvia, los dos
implantes dentales, la cicatriz en la rodilla a los ocho años, el primer
tatuaje, la fobia a las babosas, la amputación. Volví para atrás y taché
tatuaje. Ese no había sido tan inesperado, vos y yo lo sabemos. Me dijo la
psicóloga que una de las condiciones de hacer las listas es que sean sinceras,
porque a la larga te mentís vos y es una boludez. Bueno, releí la lista
completa y cuando llegué al último, casi por una transitividad que me pareció
obvia, tuve que dejar un renglón blanco y en el de abajo anoté vieja gitana. Así, textual. Vos te
preguntarás quién mierda es la vieja gitana. Bueno, eso mismo me pregunté yo
después de anotarlo.
Pará, porque la cosa sigue. Hace,
ponele, una semana, estaba tomando una birra con el Pola. Hacía mucho que no nos
veíamos, entonces le pregunté por la familia, los viejos, la hermana. ¿Te
acordás lo buena que estaba? Bueno, entre una cosa y otra, me cuenta que al
cuñado le había pasado algo muy raro. ¿Lo tenés al cuñado del Polaco? Sí, ese
mismo, el pelado, bueno, justamente me contaba que era pelado desde muy joven,
desde los veinte años más o menos. Yo no sabía, pero parece que viene de una
familia de pelados: padre, tíos, abuelos, todos pelados como una rodilla. Y que
un día de golpe le había empezado a
crecer el pelo, de la nada, eso mismo
dijo, de la nada. Primero pensé que me estaba jodiendo, viste cómo es el Pola,
que le encanta meterle suspenso a todo. Pero no, y ahí vino lo increíble. Me
dijo que al cuñado le habían pasado el dato de una vieja que tenía poderes. Ni
bien dijo eso me largué a reír, basta Pola le dije, dejate de joder, a mí no me
agarrás. Y él me juraba y perjuraba que no, que era en serio, que él mismo le
había visto la porra que tenía ahora y no se podía creer.
Hasta
acá, podía ser uno de los delirios del Polaco, porque el flaco se podía haber
hecho un implante o uno de esos tratamientos que te sacan del culo y te los
ponen en la bocha, qué sé yo. Pero bueno, cuando me dijo que la vieja ésta con
poderes vivía por el barrio gitano de Temperley al fondo, en el límite con Mármol,
ahí sí se me frunció todo. Fue cuestión de sumar vieja más gitana y me corrió
un escalofrío por la espalda. Me debo haber puesto pálido, o cara de pelotudo,
porque él se dio cuenta al toque. ¿Qué mierda te pasa? me preguntó, ¿la conocés
a la vieja gitana esa, de cuando vivías por allá? Pusiste cara de que la
conocías. Insistía. No Pola, qué mierda la voy a conocer, te pensás que el sur tiene
dos cuadras, le contesté indignado y con mi única mano en el aire. Todos los de
Capital se piensan que el sur es todo lo mismo. Y te juro que sentí que estaba mintiendo,
aunque no sabía nada de la vieja esa.
Continuará...
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