No
tomes el nombre de Dios en vano; escoge el momento en que tenga efecto.
Ambrose
Bierce
Trabajo en la
cuadra de una panadería, en la otra esquina de la catedral del Pilar, justo
donde la cúpula da sombra. Mis bollos son el consuelo del pobre y la compañía
del rico. Mi vigilia es el sueño de los otros y mi sudor, la alegría de todos. Me
multiplico junto al fuego para hacer feliz a la gente. La felicidad verdadera y
no un simulacro recargado de prohibiciones como el que venden por ahí. Yo no
tengo que disimular un ego atroz bajo falsos juramentos. Soy como soy. Todos lo
saben. Y aunque los mercaderes esos siempre tuvieron mejor prensa, no me
desanimo. Tengo mucha paciencia. Mi trabajo es moldear el deseo y convertirlo en
un bocado apetecible.
Pero no todo es
esfuerzo junto al horno. Cada tanto me consiento algún recreo. Desde que me
acuerdo, las mujeres siempre fueron mi perdición. Hacía rato que la relojeaba
en la Terminal esperando el 510. Era tan linda, flaquita, el pelo renegrido y bien
tirante con una cola de caballo, cero maquillaje, unos ojazos y las manos, ¡ah,
las manos! Samantha, que así se llamaba, me tenía hipnotizado con el aletear de
sus manos. Oferta de caricia, promesa de consuelo, imaginaba sus manos navegando
por mi espalda. Yo la codiciaba pero ella no me veía. Me ignoraba. Desentendida
de mi presencia hablaba con unas compañeras de trabajo, que sí me conocían de
antes. Entretanto esperaban el colectivo me acercaba furtivo. La voz cantante
la llevaban las otras chicas. Ella mayormente escuchaba. La charla siempre
rondaba sobre las penurias de la fábrica en el Parque Industrial, la enfermedad
de una madre, un hermano vago y medio chorro y sobre todo, una parva de
gavilanes que lo único que querían eran sexo. A las amigas les gustaba la
narpie más que el dulce de leche. Sin embargo, nunca oí que Samantha mencionara
a un novio. Ni siquiera a una simpatía. Las otras minitas eran bien bravas. No
dejaban títere con cabeza. Pero ellas no me interesaban. Confieso que siempre
me sentí atraído por mujeres como la Sami, puras, virginales. No es idea mía. Tenía
algo angelical. O bastante, porque también quería que las chicas se rescataran
y fueran a una iglesia de la que ella era asidua. Esos cultos modernos que a
cambio de un robusto diezmo ofrecen la sanación de todas las enfermedades, las
más ínfimas pero también las más inclementes. Y por obra de la fe, claro. Y por
la misma tarifa se jactan de conjurar las acechanzas de cualquier demonio. Bueno,
cualquiera no porque parece que los únicos que se dejan convidar son los del
rito Umbanda. Si hay algo que me fastidia es que le mientan a la gente.
Un poco por el enojo
y otro porque tenía un metejón con la piba, todos los días me costeaba hasta la
parada del bondi para oírla aconsejar a sus compañeras. Me ponía como loco
cuando esas salvajes se burlaban de su fe. Pero ella como una reina. Sin dejar
de sonreír les predicaba un mundo de paz y bien, un mundo de santidad y
regocijo. Un mundo sin el Mal. Y las muy zorras ni noticia. Dale que va,
ojerosas, escaldadas, hasta descangalladas de tanto fornicar. Mi Samantha
reprobaba toda conducta licenciosa pero redoblaba su esfuerzo de conversión sin
juzgarlas. Les hablaba y les hablaba. Y yo la escuchaba y escuchaba. El mejor
día para aprender era el sábado a la mañana. No me lo perdía por nada. Porque
en su iglesia los viernes eran de liberación. Ella repetía las oraciones y
relataba que luego de esta oración fuerte
se hacían presentes los manifestados, eufemismo para decir poseídos. Sí, los
poseídos por los demonios. A mí me hacía sonreír. Cómo me enoja que le mientan
a la gente.
Finalmente
consiguió convencer a las chicas para que la acompañaran. Yo también quise ir así
que entré cuando el show ya había empezado. Me quedé en el fondo para no
hacerme notar. El gran ritual de sanidad ya había empezado. Se sucedían las oraciones
para que todo endemoniado se manifestara y así los pastores y sus obreros
pudieran sacarlo del cuerpo a fuerza de oraciones e imposición de manos.
Primero pasaron el Manto Sagrado y ordenaron a los asistentes que levantaran
las manos para tocar la preciosa tela y así ser sanados de inmediato. La gente
cree en cualquier cosa. Después requerían a todos los que todavía se sintieran enfermos, con alguna dolencia, presos de una
brujería o macumba, trabajo o payé, que hubieran participado en actos de
adoración satánica, ritos kimbanda y no sé qué más; que se aproximaran al
escenario desde donde el pastor no dejaba de arengarlos a los gritos. Por
supuesto que las chicas ligeritas de cascos se acercaron. Entre la aglomeración
no pude ver dónde estaba Samantha.
Era el viernes
de liberación. Se venía la Oración Fuerte.
Mientras el pastor repetía sus invocaciones, los obreros ponían la mano derecha
en la nuca y la izquierda en la frente de aquellos más permeables y cuchicheaban
las órdenes de expulsión. Las turritas fueron de las primeras en manifestarse. Armaron
un escándalo declarándose presas de no sé cuántos demonios. Si hay algo que
no me gusta es que le mientan a la gente. En el fondo soy un tipo clásico.
Extraño el agua bendita, los crucifijos, el incienso y otros objetos de piedad.
Hasta extraño el latín. Las invocaciones en portuñol me causan gracia. Me hacen
reír a carcajadas.
Llegados a ese
punto, los manifestados hicieron su numerito. Algunos se pusieron a insultar.
Otros mostraban aversión a los símbolos religiosos. Las amiguitas de Samantha
se tomaban la entrepierna o los pechos y se ofrecían al pastor y sus obreros.
Otros maldecían en lenguas desconocidas o sonaban como si fueran muchos
hablando. Algunos gritaban con una voz cavernosa. Otros se retorcían. La gran
mayoría tenían las manos entrelazadas en la espalda, con los dedos haciendo la
pata de cabra. Otros iban inclinados hacia adelante y se meneaban. Esto es un
fenomenal lavado de cerebro. Un severo caso de psicosis colectiva. No me gusta
que le mientan a la gente. Uno se proclamaba el Exú de la Muerte. Otro, la Bomba
Gira das Almas y caminaba como una mujer. Ninguno de esos demonios existe.
Me hacían llorar de la risa. No podía parar de reírme.
Continuará...
Continuará...
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