viernes, 25 de noviembre de 2016

Basural - VICTORIA MORA - Don Torcuato

El cana le clava el caño de la pistola en la nuca. Se le hunde apenas la carne. Siente el frío de esa presión. Tiene los brazos sobre la cabeza. Es de noche, la oscuridad está rasgada por la luz de una luna creciente. Cincuenta metros a su espalda dos patrulleros tienen las luces apagadas desde que estacionaron ahí. Lo que él puede ver, robándole claridad a la noche, es el basural que conoce de memoria. Un terreno baldío, con el pasto alto lleno de los deshechos que la gente tira. La vía de acceso o salida a la villa donde vive.  Su barrio se extiende detrás de los patrulleros lo bastante lejos como para que nadie pueda venir a darle una mano.
Sabe que es el fin. Se lo advirtieron: no es gratis dejar de laburar para la policía. No se resignó.  Ahora el caño en la nuca le dice que los otros tenían razón. Te lo dije Chino, le diría el Turco si estuviera ahí. Más que hablar, el Turco,  los cagaría a tiros a estos dos, piensa. Pero está solo, y el frío del caño presiona, apenas un poquito más.
Cuando siente la insistencia del caño se tira al piso a la vez que empuja a el cana. En un segundo se encuentra arrastrándose hacia adelante, se para y corre salta algunos restos de basura que se le interponen en el camino. Cuando corre escucha los gritos, las puteadas, vení acá cagón, negro hijo de puta. Suenan dos tiros, no sabe si son al aire o lo tienen cercado y le están errando a su cuerpo. Le duelen las piernas pero no para. Tiene que llegar a la ruta al otro lado del basural. Si llega se salva.
Mientras corre piensa en la nena, empieza primer grado. Y aunque lo sorprenda lo que más lamenta es no estar ahí para llevarla. Si la cosa sale bien y se escapa se va a tener que guardar. Y si la cosa no sale… prefiere no pensarlo. Está agitado. Llega al esqueleto de un auto abandonado hace tanto tiempo que ahí jugó de chico y se juntó más grande con los pibes.  Se mete adentro, calcula que unos minutos tiene. Está flaco y siempre fue un buen corredor. No había modo que el Turco le ganase una carrera. Iban de la casilla del Chino a la de la Vieja Sara justo a la otra punta del pasillo. Nunca pudo ganarle, hasta que se cansó. En la cancha era al revés. El Turco es un crack. Tiene unos minutos, al menos, los patrulleros no pueden entrar al basurero, imposible circular entre los montículos de mugre. Si quieren ir por él sólo les queda correr. Eso le da una ventaja, un pequeño margen por donde soñar una salida.


Pensó que si se cambiaba de zona iba a poder cortarse solo. Estaba muy mal. No había encontrado nada. Ni changas con José en la obra, ni de limpieza en los avisos que encontraba en los diarios. Intentó en un par de entrevistas para laburar de operario pero vivir en una villa es un ancla muy pesada. No declarar domicilio no es una alternativa. Los gritos de Mariana se le clavaban en el pecho que sos un pelotudo, que no cambias más, que la nena empieza las clases y no tiene una mierda para ponerse, que está harta de comer de fiado y que la almacenera la cague a puteadas cada vez que la ve. Él había apretado los puños, no quería gritarle, no quería volver a pasar por eso, los gritos, los empujones, los llantos. Salió y la dejó hablando sola en el punto justo en que los gritos  pasaban a ser lágrimas.

Continuará...

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