jueves, 15 de septiembre de 2016

Caprichito de LORENA MORENA - Virreyes


Me paso planificando cosas que me saquen de esta rutina que me aburre, me abruma, me muestra lo poco que logré y lo mucho que me falta. Dentro de esta cotidianidad, a veces soy feliz. Pocas veces. Con estimulantes acordes a una chica bien como yo. Infeliz. Insoportablemente consentida.
Por eso, mi cabeza no para de maquinar escenarios que me llenen de adrenalina. Ya no me genera ninguna sensación ni mi carrera, ni la San Andrés, ni las salidas con las chicas de hockey, ni los chicos del Olivos Rugby Club, las fiestas electrónicas, los VIP de los boliches de moda, la ropa, los viajes, los garches pasajeros o mi novio ideal que mamá adora.
Vivo en un estadio que va de la tristeza al cansancio, al bajón, a la insatisfacción permanente. De todos modos, esta es mi vida y no la voy a cambiar. Es cómoda, puedo mantener las apariencias. Por eso soy una buscadora incansable de una realidad paralela, llena de escenarios y situaciones border tan extremas que podrían espantar a cualquiera. Sí, me gusta la sensación de quemarme con fuego, de que todo se vaya a la mierda. No soportaría terminar en la mediocridad del te de los domingos y la rutina de mi semana. No, no voy a hundirme en la tristeza y los clonazepan como mi madre. ¿Contradictoria? Sí, también. La monotonía de mi vida llena de abundancia y caprichos consentidos me hace activar.
Pienso, planifico, elaboro un plan, una obra.
Lo tengo.
Me subo al Mini Cooper. Me voy hasta Puente Saavedra, a una «saladita» en una galería que destila grasa. Ya está. Ya tengo el vestuario para mi personaje de esta noche. Antes de volver, paso por un Farmacity.
Llego a casa, estoy sola como siempre. Ni siquiera la paraguaya que limpia está hoy. Le tocó franco.
Me baño y uso el Plusbelle que me compré y el Impulse berreta. Me calzo los jeans. Son tan apretados que no puedo ni respirar. Me pongo la musculosa violeta de modal casi tan ajustada como el pantalón. Me hago EL peinado. El toque final son los brochecitos de plástico ordinarios de colores. Me miro al espejo. Me gusto, me siento sensual, soy una perra. Ya no es de Mecha la silueta voluptuosa que se refleja. Esta es «la Yesi».
Llego a la estación Acasusso del Tren Mitre. La gente comienza a mirarme. Esta chica no pertenece a este lugar. Primer objetivo cumplido.
Me siento al lado de un viejo pajero que no deja de mirarme las tetas. Lo dejo. Me bajo un poco más aun el escote.
Me levanto y miro las estaciones del recorrido del tren, esas que no pertenecen a la Zona Norte acomodada. Carupá, Victoria, Béccar. Virreyes es la que elijo.
A las once de la noche ya estoy caminando por un boulevar oscuro como boca de lobo. «Boca de lobo, ojalá me coma» pienso mientras voy a paso lento. Siento miedo y es eso lo que me hace seguir, lo que me genera una adrenalina que sube por mi cuerpo y hace que mis mejillas hiervan.
Miro hacia la vereda de enfrente y veo un boliche onda bailanta, lleno de chicos y chicas de esos que se ven en Policías en Acción.
Cruzo el boulevar y encaro a un grupo de pibes que están sentados en la vereda con una botella de plástico cortada a la mitad, llena de un líquido oscuro que puede ser Fernet. O tal vez vino. O vaya a saber qué, no importa. Atrevida, le digo al que tiene el trago en la mano:
—¿Me convidás?
—Obvio, amiga —responde amablemente— ¿Estás manija? Tomá lo que quieras —me dice con una mirada encantadora, dulce y desorbitada.
Sin dejar de mirarme fijamente, invita:
—Sentate, colorada. Tomá, ¿querés un bartulo?
No tengo idea de qué es ese trago ni la pastilla celeste que tomo sin dudar. Claramente, esto no es de diseño, de esas que conozco bien y ya me aburrieron. Esta tiene una forma diferente.
El miedo es cada vez mayor. Estoy en un estado de exaltación por la mezcla de lo que ingerí, el lugar, la noche y mi personaje. Todavía tengo dudas si se comieron el cuento de la turra colorada, pero ya estoy jugada.
El flaco me codea y me dice:
—Tranqui, está todo piola. Vamos a entrar re puestos a Tiburón.
La adrenalina que tenía cuando cruzaba el boulevar no me dejó ver el enorme cartel luminoso, de neón, con el nombre de lugar.
De repente, me agarra la mano y me da una bolsita verde de supermercado, con una moneda. Esto si se que es. Merca. Ni me preguntó si quería, lo dio por sentado. Nunca había tomado así, con una moneda, ni en la calle. Siempre lo hice snob y cool. El plan está funcionando perfectamente.
El Piru", así le dicen a mi nuevo amigo, me invita a alejarnos del grupo. Y termina cogiéndome en el costado de las vías del tren, yo con los pantalones bajos, el culo en la mugre del pasto, los dos calientes y locos.
En un segundo, se incorpora y me dice «guarda con esos que vienen ahí». Miro hacia mi derecha y veo a esa patota de cuatro o cinco tipos que venían derecho a nosotros, gritando algo que no se entendía.

Como un rayo, el pibe se levanta y saca no sé de donde un cuchillo. Un Tramontina, sin dudas.Esto ya no me gusta. ¿O sí? Sí, me gusta.

Continuará...
(En papel)

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