Entraron al barrio a las
chapas. Parafernalia institucional policíaca cuando buscan falopas o giles que la revenden por unos mangos. Recortadas, grupo de tareas bien empilchado.
Reforzados con metrallas. Iban cortando los pasillos de la villa hasta el centro.
Sabían del aguantadero. Sabían que vendieron en un mes dos kilos de merca. Que
zona norte estaba controlada por un tal Don Sucre.
Don Sucre vive del otro lado
del muro que los separa de la villa en Nordelta. El
negocio estaba encaminado hace rato y controlado de cerca. Don Sucre era un
boliviano secretario del Cónsul boliviano en Argentina. La policía bonaerense
lo sabe. Algunos diputados también.
Entraron al barrio en caravana
diez, doce patrulleros de los mejores. Eran muchos. Hundieron las botas en el
barro de los pasillos y empezaron a golpear puertas, sin detenerse. Sacaron del
centro de la villa a diecisiete tipos. Los pescaron. Si, se la dieron a Don
Sucre. Los arrodillaron a todos frente a la zanja que recibe el agua de lluvia
de los countrys custodiados por un muro gris de tres metros de alto con
alambres electrificados. Por eso el barrio ahora se inunda cuando caen dos
gotas y el piso de tierra siempre esta húmedo.
Todo estaba revuelto.
Conmocionado. Un poli golpea en la cabeza a un tipo que esta arrodillado. El
piberío lo ve todo. Aprenden así. Algunos, los mas chiquitos lloran de nervios
de miedos de angustia. Muchos se quedarán sin padre a partir de esa noche o
desde antes, andá a saber…
Unos metros más allá, también sobre el borde del
riacho mugriento, un pibito se arrodilla. Se levanta, agarra un palo y hace
algo en el agua. Está oscuro. A nadie le importa. Las luces rojas y azules
iluminan un poco. Sobre el charco de agua flota una pelota de cuero. El palazo
hizo que se moviera. El golpe dio de lleno en la superficie del globo, y la
bocha giró una dos tres veces con vergüenza. La parte mojada salió y se hundió
y volvió a salir ya mareada de agua mugrienta y basura pegada. Los hilos,
algunos, están malogrados. Los gajos que estuvieron bajo el agua andá a saber
cuánto tiempo, empezaron a pudrirse. Estancada, la pelota de gajos cosidos número
cinco, iba cediendo vigor, redondez, pureza… por suerte el pico quedó para arriba,
por eso no le entró agua, además es una Tango original que de tanto potrero y
rodar ya perdió los aires milongueros y yace triste sobre un charco podrido de
realidad que nos inunda. Cuando logra rescatarla de su inmundicia, el pibe ya
había hundido una gamba en el lodo putrefacto. Sintió que no zafaba. Que el
barro le había agarrado la gamba porque con esa pierna él haría el gol en la
final de un mundo que no existe y las gentes aplaudirían con fervor, su mama
lloraría y el barrio pintaría su nombre en los muros. Cuando logró salirse de
su propio desperdicio, pelota en mano, entró a correr. Estaba oscuro de luces
rojas y azules. La hinchada tiraba cohetes, mucho bardo. Dos tiros lo
alcanzaron en la espalda. Cayó rodando pelota contra el pecho hasta la zanja.
Gracias Conurbano Profundo por la difusión y el espacio
ResponderEliminarGracias por las lecturas
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