1.
En
los confines del conurbano, en donde Moreno se apretuja en un racimo de
asentamientos que se aferran entre sí para no suicidarse sobre las putrefactas
aguas del Río Reconquista, vive Jorge con su mujer y sus suegros.
Desde hace nueve años, la
desocupación y la inflación, engendradas en orgías sanguinolentas en despachos
del Ministerio de Hacienda y de la Cancillería, se extienden como una sombra
que cubre ya hasta los últimos rincones de la Patria. Solo los ricos y poderosos
habitan bajo los agujeros de un manto de muerte y desesperanza por los cuales
el sol aún se cuela para alumbrar la vida de unos pocos.
Las calles del conurbano
se desertifican de vida en cada atardecer para preñarse de olores a muerte.
Viejos desposeídos arrastran su miseria por las calles nocturnas huyendo de los
traficantes de órganos. Los pibes de la calle pertenecen a una estampa del
pasado en la que la vida aún resistía en las ranchadas de las estaciones
terminales del ferrocarril. Los órganos de los más jóvenes valen demasiado para
dejarlos con vida. Ya no existen, se extinguieron.
Algunos sicarios
deambulan con sus motos en búsqueda de la próxima presa que les permitirá comer
y drogarse por un puñado de días más. Las tanquetas del gobierno rondan las
calles de la ciudad en búsqueda de un blanco para volar. En alguna fábrica
abandonada, el olor a pelo quemado y el mosquerío sobrevolando las bolsas
negras apiladas en las esquinas, denuncian la actividad de algún frigorífico
clandestino de carne humana. En el mercado negro una pierna se cambia por
veinte litros de agua potable, un torso por cincuenta, un cuerpo entero vale
cien.
Hace dos horas que Jorge da vueltas en la cama y no
puede dormir.
—¿Qué te pasa, flaco? —pregunta Betty.
—Nada. Dormite.
Betty se levanta de la cama y se acerca a la ventana
para ver entre las hendijas de la tapia de maderas a dos tanquetas del ejército
que pasan a toda velocidad.
—¿Qué pasa, Betty?
—Son tanquetas. Pasaron a los pedos. Se ve que
persiguen a alguien
—¡¡¡Trratktktktk!!!
—¡Uh! ¡Pobres pibes! –exclama Betty compungida. Jorge
se levanta de la cama y se pone detrás de Beatriz mirando por la hendija que
oficiaba de mirilla.
—¿Los conocés, Betty?
—No sé. No parecen de acá. Se visten como los del otro
lado del río. Los del campo de detención.
—¿Cuántos eran?
—Cuatro. Los mataron a todos
Jorge y Beatriz vuelven a la cama.
—Dale, flaco, decime qué te pasa.
—La mierda que cenamos hoy es lo último que nos
quedaba. Nos queda agua hasta el martes y la entrega mensual de mercadería y
agua es recién el viernes que viene.
—¿Tan poco nos duró, flaco? —Jorge mira a Betty con un
dejo de ironía. Betty está sentada en la cama abrazando sus piernas
flexionadas. Esconde su rostro entre las rodillas y se pone a llorar.
—No llorés, Betty. Ya lo hablamos mil veces. A mí
tampoco me gusta, pero tiramos hasta donde pudimos. Ya no podemos más.
Betty levanta
la mirada con su rostro empapado en lágrimas
—Vos no me entendés porque no tenés viejos. Mis viejos
no comen lo que vos pensás —Betty se vuelve a esconder entre sus piernas.
—Aunque coman dos manzanas y tomen dos vasos de agua a
la semana, nos mata, Betty. Sabés que bajaron las raciones a la mitad. Además
¿sabés lo que nos haría el gobierno si nos encuentra compartiendo los
suministros del Estados con dos viejos? La ley de abastecimiento y
supervivencia es clara, Betty: cuarenta y nueve años ¡Cuarenta y nueve años,
carajo! Los frigoríficos de carne humana pululan por todos lados ¿Por qué te
pensás? Te dije que hasta el paraguayo, después de doce años de tener cerrada
la carnicería, abrió una de carne humana en el galpón del fondo de la casa. Le
pasa dos piernas por semana al oficial de calle y nadie vio nada. —Betty
levantó su mirada. En su rostro se mezclaban el odio y el dolor en un collage
de recuerdos y presentes.
—Te dije que no voy a entregar a mis viejos.
—¡¿Y qué mierda vamos a comer?! ¡Nos vamos a morir
todos de hambre, carajo! ¡Vos, yo y tus viejos también! Y cuando estemos
cagados de hambre y no tengamos fuerza ni para trabar la puerta, van a entrar
en la noche por la fuerza, a vos te van a coger delante mío y después van a
descuartizar a tus viejos adelante tuyo, después nos matan a todos y nos
faenan. ¡Salvémonos nosotros al menos! ¡¿No querés vivir, mierda?! —Betty llora
como una niña, desconsoladamente, anunciando una tragedia inevitable.
Continuará (En papel)
Continuará (En papel)
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