lunes, 12 de septiembre de 2016

Carne de ROGELIO OSCAR RETUERTO - Moreno

                                                                      1.
En los confines del conurbano, en donde Moreno se apretuja en un racimo de asentamientos que se aferran entre sí para no suicidarse sobre las putrefactas aguas del Río Reconquista, vive Jorge con su mujer y sus suegros.
Desde hace nueve años, la desocupación y la inflación, engendradas en orgías sanguinolentas en despachos del Ministerio de Hacienda y de la Cancillería, se extienden como una sombra que cubre ya hasta los últimos rincones de la Patria. Solo los ricos y poderosos habitan bajo los agujeros de un manto de muerte y desesperanza por los cuales el sol aún se cuela para alumbrar la vida de unos pocos.
Las calles del conurbano se desertifican de vida en cada atardecer para preñarse de olores a muerte. Viejos desposeídos arrastran su miseria por las calles nocturnas huyendo de los traficantes de órganos. Los pibes de la calle pertenecen a una estampa del pasado en la que la vida aún resistía en las ranchadas de las estaciones terminales del ferrocarril. Los órganos de los más jóvenes valen demasiado para dejarlos con vida. Ya no existen, se extinguieron.
Algunos sicarios deambulan con sus motos en búsqueda de la próxima presa que les permitirá comer y drogarse por un puñado de días más. Las tanquetas del gobierno rondan las calles de la ciudad en búsqueda de un blanco para volar. En alguna fábrica abandonada, el olor a pelo quemado y el mosquerío sobrevolando las bolsas negras apiladas en las esquinas, denuncian la actividad de algún frigorífico clandestino de carne humana. En el mercado negro una pierna se cambia por veinte litros de agua potable, un torso por cincuenta, un cuerpo entero vale cien.

Hace dos horas que Jorge da vueltas en la cama y no puede dormir.
—¿Qué te pasa, flaco? —pregunta Betty.
—Nada. Dormite.
Betty se levanta de la cama y se acerca a la ventana para ver entre las hendijas de la tapia de maderas a dos tanquetas del ejército que pasan a toda velocidad.
—¿Qué pasa, Betty?
—Son tanquetas. Pasaron a los pedos. Se ve que persiguen a alguien
—¡¡¡Trratktktktk!!!
—¡Uh! ¡Pobres pibes! –exclama Betty compungida. Jorge se levanta de la cama y se pone detrás de Beatriz mirando por la hendija que oficiaba de mirilla.
—¿Los conocés, Betty?
—No sé. No parecen de acá. Se visten como los del otro lado del río. Los del campo de detención.
—¿Cuántos eran?
—Cuatro. Los mataron a todos
Jorge y Beatriz vuelven a la cama.
—Dale, flaco, decime qué te pasa.
—La mierda que cenamos hoy es lo último que nos quedaba. Nos queda agua hasta el martes y la entrega mensual de mercadería y agua es recién el viernes que viene.
—¿Tan poco nos duró, flaco? —Jorge mira a Betty con un dejo de ironía. Betty está sentada en la cama abrazando sus piernas flexionadas. Esconde su rostro entre las rodillas y se pone a llorar.
—No llorés, Betty. Ya lo hablamos mil veces. A mí tampoco me gusta, pero tiramos hasta donde pudimos. Ya no podemos más.
 Betty levanta la mirada con su rostro empapado en lágrimas       
—Vos no me entendés porque no tenés viejos. Mis viejos no comen lo que vos pensás —Betty se vuelve a esconder entre sus piernas.
—Aunque coman dos manzanas y tomen dos vasos de agua a la semana, nos mata, Betty. Sabés que bajaron las raciones a la mitad. Además ¿sabés lo que nos haría el gobierno si nos encuentra compartiendo los suministros del Estados con dos viejos? La ley de abastecimiento y supervivencia es clara, Betty: cuarenta y nueve años ¡Cuarenta y nueve años, carajo! Los frigoríficos de carne humana pululan por todos lados ¿Por qué te pensás? Te dije que hasta el paraguayo, después de doce años de tener cerrada la carnicería, abrió una de carne humana en el galpón del fondo de la casa. Le pasa dos piernas por semana al oficial de calle y nadie vio nada. —Betty levantó su mirada. En su rostro se mezclaban el odio y el dolor en un collage de recuerdos y presentes.
—Te dije que no voy a entregar a mis viejos.

—¡¿Y qué mierda vamos a comer?! ¡Nos vamos a morir todos de hambre, carajo! ¡Vos, yo y tus viejos también! Y cuando estemos cagados de hambre y no tengamos fuerza ni para trabar la puerta, van a entrar en la noche por la fuerza, a vos te van a coger delante mío y después van a descuartizar a tus viejos adelante tuyo, después nos matan a todos y nos faenan. ¡Salvémonos nosotros al menos! ¡¿No querés vivir, mierda?! —Betty llora como una niña, desconsoladamente, anunciando una tragedia inevitable.

Continuará (En papel)

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