Gor hunde los dedos en la tierra, a través de la
gruesa capa de hojas que la recubre como una segunda piel, y los deja ahí,
enterrados en el humus negro y frío, como si esperara que sus manos arraigaran.
Pero sabe que no es el momento. El sol aún no ha aparecido. Sin luz y calor
—sin sol— las raíces no crecen.
Una ráfaga de viento lo sacude y empieza a temblar
como una hoja seca. Frío mezclado con miedo. En su mente, agitada por los
nervios, se mezclan la necesidad acuciante de avanzar ya, amparado por la
oscuridad, y el deseo casi insoportable de ver al sol asomando por el Borde del
Mundo.
Está desobedeciendo a Grogr, a los Árboles del
Círculo. Pero no es sólo el temor al castigo. Ni a los Monstruos. El Círculo ha
quedado muy atrás y los Árboles que lo rodean son desconocidos para él. Y él
para ellos. Quizá duermen, pero puede percibir su mirada hosca y reprobatoria. La
ira de estos Árboles puede ser mucho mayor que la de los que le permiten
convivir junto a ellos todos los días.
Otra ráfaga lo azota, levanta las hojas del piso y
las lleva volando hacia atrás, hacia el Círculo, junto con sus recuerdos.
El Mundo, es plano y pequeño. Eso es lo primero que recuerda. Lo primero que aprendió.
El Mundo es plano y pequeño. Más allá
del Borde esperan los Monstruos, listos para atacar a quien abandone la
seguridad del Mundo.
Era de noche. Gor corría dentro del Círculo. Syuh
corría detrás suyo, intentando tocarlo. A Grogr no le gustaba que hicieran
ruido, por eso corrían en silencio. Tampoco le gustaba que corrieran.
A los Árboles no les gusta
correr. Si algún día queremos ser Árbol, no deberíamos correr. Tampoco caminar.
Pero era de noche. Los Árboles dormían bajo la luz
de la luna. Por eso Grogr les permitía correr.
Gor siempre había sido más rápido que Syuh. Pero ahora
las piernas de Syuh se habían vuelto más largas y corría más rápido. Quizá las
piernas de ella habían recibido más sol que las suyas. Gor supo que Syuh iba a
tocarlo, pero no quería. Si lo tocaba iba a perder y él tendría que correr tras
ella para tocarla. Cuando Syuh estuvo cerca y estiró la mano hacia su espalda,
Gor saltó hacia un costado, salió del Círculo y se escondió detrás de un Árbol de
afuera. En el recuerdo, a veces ese Árbol que lo escuda es Áspero. Otras,
Muchos Brazos.
Grogr lo agarró de una mano y tiró de él con fuerza.
Lo arrastró por el piso hasta el Círculo. Allí lo soltó y lo miró, la
respiración agitada por el esfuerzo. Grogr no estaba acostumbrado a correr ni a
hacer fuerza.
Gor se frotó el brazo pero no se quejó por el dolor.
Grogr estaba enojado con él. Gor no entendía por qué. Se lo preguntó con
gestos.
La respuesta de Grogr llegó en movimientos apurados,
imposibles de comprender. Gor se lo dijo con una mano y Grogr volvió a
tironearlo para ponerlo de pie y enfrentarlo a la oscuridad más allá del
círculo.
¿Qué hay allá? le preguntó, la mano moviéndose casi afuera
de la vista.
Gor no sabía. Nadie sabía.
Escucha.
Gor escuchó.
Estaba el sonido de los brazos de los Árboles,
moviéndose apenas al ritmo secreto del viento. El ruido mismo del viento al
pasar entre los troncos y agitar las hojas en el piso.
Gor sonrió de pronto. Los grillos.
¿Era eso lo que Grogr quería
mostrarle?
Grogr negó con énfasis y lo obligó a seguir
prestando atención. En un costado, pudo ver a Suyh muy quieta, asustada, atenta
a ellos dos, la mirada tan interrogante como la suya. No le gustaba ver a Suyh
así, asustada. Se obligó a prestar atención, a descubrir lo que Grogr le
mostraba. Cuando lo descubriera, Grogr dejaría de actuar extraño.
Pasó el viento, una y otra vez. Gor iba a indicarle
a Grogr que no había nada pero un rugido lo sacudió de miedo. Quiso esconderse
detrás de Grogr pero él lo obligó a permanecer donde estaba. El rugido volvió a
repetirse, con menos fuerza.
¿Qué es eso? preguntó mirando a Grogr, señalando el rugido.
Son los Monstruos. Están afuera
del Mundo.
Ahora que sabía qué escuchar, Gor los oyó, una y
otra vez. Comprendió que siempre los había estado oyendo, sonidos que había
pensado parte del mundo. Los rugidos se superponían, se entremezclaban, se
atacaban unos a otros. A veces, uno más fuerte se imponía a los demás, haciendo
temblar al Mundo y a los Árboles, y luego desaparecía para dejar que los más
pequeños siguieran con sus rugidos más débiles.
Gor nunca pudo dejar de escucharlos. Cada rugido perpetuaba
la lección. De noche, los ruidos del mundo se apagaban como el sol y los
Árboles impedían que los Monstruos invadieran el Mundo. Pero sus rugidos
evadían la muralla viva y penetraban en cada rincón, anunciando que estaban
allí, afuera, esperando.
Una llovizna tan fina como la niebla comienza a caer
y cubre de un brillo lustroso las hojas caídas. Poco a poco la humedad se
condensa en su pelo. Gor observa las diminutas gotas que escurren una a una sobre
su nariz. Es el único movimiento perceptible en su cuerpo. En el Mundo.
Gor desearía ser calmo como el agua. O rápido como
el viento. O fuerte como la luz. El agua, la luz y el viento no son de este Mundo.
No viven en él. No están regidos por sus reglas. Pueden recorrerlo todo sin temor
a los Árboles. Pueden salir de él sin miedo a los Monstruos.
Su mano derecha toca algo duro. Lo reconoce al
tacto. Una semilla. Un retoño. Un regalo de los Árboles.
Recorre el suelo con mirada experta, adiestrada por años
de recolección. Sin necesidad de remover las hojas, descubre más, aquí y allá.
La comida que escasea en las cercanías del Círculo aquí reposa en abundancia,
esperando a ser recogida. Gor comprende que hay mucho, porque nunca vinieron a
este lugar a recolectar. No saben si los Árboles de esta parte del mundo se lo
permitirían. Tampoco sabe si le permitirán vivir cuando despierten y lo vean. Sólo
una noche de luz se aventuró Gor a recolectar lejos del Círculo, desobedeciendo
a Grogr.
Continuará... (en papel)
Continuará... (en papel)
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