Noche. Lo oscuro se
cierne sobre las calles pavimentadas y humedecidas con esa lámina de agua impura,
permeables con caucho y aceite, se sienten los focos artificiales como soles de
ficción; también se confunden los personajes que caminan… vacilantes en su
forma de ser; in situ Merlo; barrio, entre el hambre y la solidaridad; el temor
y los atardeceres, entre la locura y la colonización del pueblo; puede resultar
muy nutritivo para nuestros sentidos sentarse a observar los distintos actores
y actrices que conglomeran la escena nocturna, se esté donde se esté, se es lo
que se es..
Los colores refulgen con distintos matices, las formas de
caminar de cada cual se identifican con la originalidad de la persona, el
individuo más discreto puede ser el más profundo; y los desconfiados no buscan
mundos nuevos; los hippies piden monedas para el tren, y los normales, que son
los más locos… algunos llevan paso
rápido, al galope enfilan hacía la televisión, otros marcan el paso lento,
tortuga galápago, y observan las estrellas, puntos en fuga, cual alfileres de
oro y su luna curva, corneada, el viento acompaña y da empuje hacia delante,
esperan del futuro algo incierto y pre-supuesto, otros no, son los denominados
lunáticos; hay pocos en esa jungla pueblerina, y siempre apuestan a encontrar
en el futuro algo que les de una iniciativa al pensamiento, al futuro más
cercano, el del segundo primero, y creen que solo habitan en un presente
adelantado centesimalmente, porque como ya podemos deducir desde el
inconsciente, viven en completo enraíce con un pasado que no pueden olvidar.
Una soledad queda, perezosa, hace de los bostezos burbujas
del presente, es justo ahí, en los bostezos cuando con los ojos entrecerrados y
una bocanada de oxígeno inspirado interiormente, ellos se conectan con el
recuerdo, nostálgico o melancólico, y este les devuelve un instante fugaz del
momento presente, así van y vuelven, estos lunáticos…
Entramos al café para sentarnos en la mesa acostumbrada,
una vez adentro, ya con la brisa artificial del aire acondicionado, me percato
de que la mesa de siempre, estaba ocupada por una pareja; con resignación
elegimos cualquier mesa, ya que era nuestra mesa o cualquiera.
—
Ya se irán... —dice
—
Ojalá —le
repongo; afuera empezaba a lloviznar.
Le pedimos a Daniel, el mozo, un simpático morocho con
cara de ratón sin madriguera, una fría cerveza, empezamos a dialogar sobre lo
que le venía diciendo antes del lapso de silencio al ver la ocupación de la
mesa.
Lo que me estaba empezando a causar esa pareja que
hablaba sin parar era interés; yo estaba sentado de frente a la situación, que
narro: él, pelo corto, remera blanca, fumaba sin parar y hacia ademanes
exagerados, como justificándose por algo que hizo mal y de lo que no era
culpable, cada 60 segundos se agarraba la cabeza; ella, pelo largo negro,
bajita, trigueña, linda, se anticipaba a cada palabra que él profería, como si
ya todo estuviese dicho.
Continuará...
(en papel)
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