viernes, 28 de octubre de 2016

El Túnel de Burzaco - LETICIA OTAZÚA - Burzaco


Sonrió al chofer del colectivo por cortesía, pero al tipo que la piropeó a la entrada de la estación ni lo miró. No respondió al insulto de la mujer que le empujó un brazo con su cuerpo, le sacó la cartera de lugar y le quitó tres segundos fundamentales.
Bajó corriendo las escaleras del túnel, tapándose la nariz con su mente para no sentir el olor a pis y a vómito que envolvía todo.  Siempre recordaba una película infantil en la que la protagonista debía contener la respiración hasta atravesar por completo un puente, de ese modo se volvía invisible para los seres que lo trajinaban. En dos trancos se reía de su método, en otros dos se recriminaba el pensamiento discriminatorio y en los últimos ya veía la luz de la escalera de subida.
Buscó la tarjeta magnética en el bolsillo externo de su cartera pero ¡mierda!, se le habría caído con el empujón de la mujer.
Calculando el tiempo, volvió sobre sus pasos, esquivó al negro (¿será senegalés?, tiene que preguntarle algún día) que ya se instalaba con sus relojes de oro en el stand improvisado, y subió hasta la boletería. Entre zapatillas gastadas, un par de botas, las patas del perro y folletos aplastados, estaba su tarjeta.
El sonido de la campanilla le marca un ritmo distinto. Le gana al perro de todos los días, el que deambula en el andén a Constitución hasta que llega el músico, al que le hace más fiesta que a un asado, esperando que el estuche de la guitarra se abra para acomodarse allí, como en una cama ideal, hasta el fin de la jornada. Le gana al perro y no lee la pintada que grita “Ni una menos por aborto ilegal”, no necesita leerla porque la conoce de memoria, las letras rojas la despabilan cada mañana y le recuerdan que hay gente que lucha.

Pasa la tarjeta, ve cómo se cierran las puertas del tren en sus narices y se desinfla en un suspiro enojado. Apenas se acomoda para esperar el próximo, la descubre en el andén contrario. ¿Qué le pasa? Mejor dicho, ¿qué le pasó a esa chica? Porque más de veinte años no tiene; menos, tiene menos.  Los brazos muertos, la cara sucia, tan sucia, desgreñada, la pollera hecha un desastre, las piernas chorreadas. Mira hacia la vía, pero no quiere tirarse, acá no sirve. No, no mira nada. Está entregada.

Continuará... 

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